Puedes poner un plato en tu mesa y sentirte razonablemente satisfecho por haberlo conseguido, si es que ha sido así, por tus propios medios, pero siempre habrá alguien por encima de ti que saque provecho de ese esfuerzo y casi nadie, por no decir ninguna persona, se conforma sólo con eso, con la mera subsistencia, por más digna que sea.
En la cúspide de la pirámide que tiene por base a esos individuos suficientemente alimentados, y encima de ellos los moderadamente complacidos, y aún más arriba los relativamente contentos, y sobre ellos algunos menos que se sientan notablemente saciados, hay unos cuantos aún en lo más alto que se ríen y miran al resto desde un yate lleno de putas y cocaína.
Si entras en ese juego es inevitable terminar aceptando que, por mejor que te hayan ido las cosas, ocuparás una posición por debajo de alguien que seguirá sacando partido de tus logros. Incluso si un día consigues por tus propios medios llenar un yate de putas y cocaína, piensa que habrá algún otro más astuto que a tu costa se las estará pagando más jóvenes y se la estará metiendo más pura.
Lo peor de todo es que, por más que intentes mantenerte alejado y quieras hacer tu vida al margen de esta cadena fraudulenta, basta con echar de vez en cuando un vistazo alrededor para acabar igualmente sintiendo que tu trabajo le financia las putas y la cocaína a esa chusma innoble.
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Sirva esta bonita parábola también para las que disfrutan de un yate lleno de gigolós y cocaína gracias al esfuerzo que hacemos cada día por poner un plato en nuestra mesa, o por pagar la casa, o por reparar el coche. Discúlpeme el resto por no haber encontrado iconografía de distinto género. Será que ellas son más discretas.